Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1869-1871 (Cortes Constituyentes de 1869 a 1871)
Sesión: 5 de abril de 1870
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Figueras
Número y páginas del Diario de Sesiones: 256, 7.130, 7.131
Tema: Dimisión del Sr. Echegaray

El Sr. Ministro de ESTADO (Sagasta): Sres. Diputados, el Sr. Castelar, en una frase feliz y elocuente, como todas la frases con que S.S. sabe revestir sus brillantes discursos, me atribuía hace algunos días en sus últimas interpelación, y a consecuencia de haber yo salido del Ministerio de la Gobernación, una enfermedad triste, una enfermedad cruel. No tenía razón el Sr. Castelar; en cambio yo la tengo, y bien fundada, para poder atribuir al Sr. Castelar, al Sr. Figueras y a todos sus amigo otra enfermedad más triste que la que ellos me atribuían a mí, otra enfermedad más cruel, y lo que es peor, de más difícil curación. El Sr. Castelar suponía que yo sufría, que me moría de nostalgia al verme fuera del Ministerio de la Gobernación. ¡Con cuánta más razón puedo yo decir que los Sres. Castelar y Figueras y sus compañeros republicanos federales son víctima s de una enfermedad que por lo visto es completamente incurable: la enfermedad de que padecen se llama sagastitits! (Risas). Apenas hay cuestión política en la que los Sres. Castelar y Figueras y sus amigos tomen parte sin que traigan el debate, sin motivo y sin razón, mi pobre nombre; y es tal lo que les preocupa, que hasta para hablar de los demás Ministros se equivocan, llevando el olvido de sus nombres hasta el punto de que para cita al de Fomento, al de Gobernación, al de Ultramar o al de cualquiera otro departamento, sólo se acuerdan del humilde apellido mío, de Sagasta. ¿Qué extraño es, pues, que yo crea que vosotros padecéis de la enfermedad llamada sagastitis al ver que mi apellido no se os cae de los labios y parece ser vuestra constante y única pesadilla?

Pero, en fin, sin duda para consolarme en mi tristeza y para mitigar los dolores de que padezco en el nuevo territorio a donde he ido a parar, llorando la ausencia del que hace poco tiempo abandoné, se ha servido hoy el Sr. Figueras concederme el grado de capitán de una de las compañías de la falange del partido progresista. Yo le agradezco mucho a S.S. el favor con que S.S. me ha honrado; pero lo renuncio, y S.S. me ha de permitir que le presente la dimisión del cargo que se ha dignado conferirme. Yo no soy capitán, no quiero serlo; no quiero ser jefe, no puedo serlo de una parte del partido progresista. Yo señores, que he nacido al calor de las ideas del partido progresista; yo, que he corrido todas sus vicisitudes; yo, que le he seguido en todas sus desventuras; yo, que he sufrido cuando él ha sufrido, y he participado de su adversa como de su próspera fortuna; yo, que he venerado a sus eminentes jefes; yo, que he respetado y respeto hasta sus extravíos; yo, que admiro su constancia; yo que me vanaglorio de las grandes reformas, así sociales [7.130] como políticas, que han trasformado completamente la manera de ser de este país, y que supo llevar a cabo en medio de las mayores contrariedades y venciendo lo mayores peligros, a pesar de que S.S. ha tenido (quiero llamarlo atrevimiento) el atrevimiento de decir que el partido progresista no ha sido liberal; ya, que admiro la grandes reformas que esta partido ha llevado a cabo porque las grandes reformas sociales y políticas de este país se habían hecho (entiéndalo bien el Sr. Figueras, y sin que por esto quiera yo rebajar en nada las realizadas por la revolución de Septiembre), se habían hecho por partido progresista antes de que la revolución de Septiembre tuviera lugar; yo, en fin, que ha nacido, que he vivido y que pienso morir en el partido progresista, ni por nada ni por nadie había de contribuir a su división; y sería contribuir a su división el tener la pretensión de ser jefe, o capitán, como S. S. me ha llamado, de una fracción de ese partido. No, y mil veces no; yo quiero ser el último de la falange progresista, pero no quiero ser el primero de ninguna fracción progresista. (Bien, bien.)

Pero el Sr. Figueras, al concederme el cargo de capitán de una fracción del partido progresista, de este gran partido, noble por sus tradiciones, noble par su historia, noble por sus desgracias, supone tan injusta como gratuitamente que esa fracción es la más reaccionaria del partido, y que a su cabeza ando yo en busca de alianzas con la unión liberal para formar un partido conservador. S. S. está completamente equivocado: esa parte del partido progresista no busca alianzas con nadie, y yo no he de buscarlas ni con la unión liberal, ni con ningún otro partido ni ha de ir a ninguna otra parte con una fracción del partido progresista: yo voy ahora, yo iré siempre con el partido progresista todo, a donde él vaya; pero no voy ni ir a ninguna parte sino en compañía de todo el partido progresista.

No, señores, aquí no hay fracciones del partido progresista: aquí hay partido progresista; aquí hay partido radical; aquí hay mayoría de las Cortes Constituyentes, que busca la terminación y el afianzamiento de la obra revolucionaria en el desenvolvimiento de los principios consignados en la Constitución que la misma ha sancionado. Y para ello el partido progresista, como la mayoría toda de las Cortes Constituyentes, quiera una política basada en la Constitución del Estado, en la Constitución de 1869; una política liberal, no intransigente; una política simpática, no odiosa; una política atractiva, no repulsiva una política firme, no vacilante; una política, en fin, que origine la libertad arriba y produzca el orden abajo, que en vez de alejarnos las fuerzas sociales, los elemento orgánicos de toda sociedad y los intereses particulares colectivos del país, nos los atraiga para ayudarnos a levantar y sostener la obra revolucionaria, que es obra demasiado pesada para levantada y sostenida por los hombres siempre débiles de unos pocos afiliados. (Bien, bien.)

Con el programa del Gobierno, la mayoría de esta Asamblea llevará a cabo la revolución de Septiembre. Para eso es necesario, en contraposición a los elementos que vosotros ponéis juego, naturalmente para conseguir el triunfo de vuestra idea, que la mayoría ponga en juego los elementos de que puede disponer, sin despreciar ninguno, para conseguir el triunfo de la suya.

Pero S.S. nos decía con la candidez que yo siempre lo reconozco: "Nosotros hemos levantado una bandera, la hemos levantado franca y lealmente, la república: ¿por qué vosotros no levantáis la bandera de conciliación con el partido conservador también franca y lealmente como nosotros?" Porque nosotros no queremos levantar esa bandera, porque no tenemos esa bandera; porque el Gobierno no la tiene; porque no la tiene la mayoría; porque no la tiene siquiera el mismo partido conservador.

Ante la bandera que S.S. levanta leal y francamente, levantamos nosotros otra. ¿Sabe cuál es S.S.? ¡Pues ya lo creo que lo sabe! Pues es ante la república federal la Monarquía democrática. ¿Pero esa bandera de la Monarquía democrática significa que busquemos alianza para formar un partido conservador? No; nosotros al levantar esa bandera solo necesitamos para alcanzar su triunfo que no nos detengan pequeños obstáculos ante la grandeza del objeto que no nos guía; que no nos fijemos en pequeñas cosas ante esas cosas grandes; que ahoguemos la voz de la pasión, que pueda aconsejarnos nuestro amor propio; que huyamos de ese abismo sin fondo a donde nos conducirían las mezquinas luchas de miserables personalidades; que nos levemos a la altura de la santidad de nuestro dogma; que estrechemos cada vez más las filas de todos los que son verdaderamente revolucionarios y aceptan de buena fe las consecuencias de la revolución; y que por nada ni por nadie quebrantemos la fraternidad revolucionaria, símbolo de nuestra victoria y firmísimo sostén de nuestras propias conquistas.

Esto es lo que quiero yo, esto es lo que quiere el parido progresista, esto es lo que quiere la mayoría de la Cámara, esto es lo que queremos todos los que somos verdaderos amantes de la revolución; pero para ello es preciso que todos sacrifiquemos los estímulos de nuestro amor propio a los intereses de la Patria; que aunemos nuestros esfuerzos con ardor y patriotismo, y que inspirándonos en los nobles sentimientos de nuestro pueblo, que espera ansioso nuestra definitiva resolución, decidamos pronto y resueltamente de los futuros destinos de nuestro país. Sres. Diputados, la libertad y la Patria necesitan, el concurso de todos los buenos liberales, de todos los hombres verdaderamente adictos a la revolución. Acudamos, pues, a su llamamiento; que si a su llamamiento acudimos de buena fe, todavía podemos conjurar los males que nos amenazan; si, por el contrario, permanecemos impasibles a la voz de la Patria y de la libertad, esperad para la libertad y para la Patria largos días de luto y amargura que la historia arrojará sobra nuestras frentes para eterno remordimiento. (Bien, muy bien.)



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